Se ha criticado al programa primero por el presupuesto (cosa que se ha exagerado y tergiversado hasta el límite), y luego por argumentos tan extraños como que La Revuelta quita protagonismo a otros programas de la cadena pública, que es una herramienta de ‘propaganda sanchista’, o incluso por el hecho de que tanto Broncano como Motos sean hombres blancos dominando el prime time.
De camino a su estreno, y también después de su arranque, se han publicado decenas de artículos criticando por cualquier motivo el aterrizaje del cómico en La 1. La reconvertida Resistencia en Televisión Española sigue copando titulares, con espectadores y prensa pendientes al audímetro para ver quién gana en esta titánica lucha Motos-Broncano.
Pero es que por mucho que desde determinados intereses se intente opacar el éxito del programa, dichos argumentos poco convencerán a los que sí lo están viendo (y que, de hecho, son mayoría según los últimos datos de audiencia). Vamos por partes.
El formato de ‘La Resistencia’ (utilizo el nombre muerto porque la nueva Revuelta es un calco de este) encaja muy bien en la parrilla de TVE, porque es un programa, para empezar, bastante democrático y plural, o al menos, bastante más que sus contrapartidas en el resto de cadenas. La Revuelta interpela, incluye y conversa diariamente con personas del público, que pueden ser artistas ellos mismos o personas de a pie, completamente comunes y corrientes, y de todas las edades, desde jóvenes a ancianos.
Un programa democrático
La Revuelta se sostiene sobre la improvisación, algo que, por cierto, no es fácil aunque pueda dar esa apariencia si se hace correctamente. Esa improvisación tiene mucho que ver con su público, al que se le ofrecen altavoces para participar con mucha libertad al inicio y durante el transcurso de la emisión.
En cada programa, se escoge a un miembro del público (justificado en que por alguna razón cae mal al resto, pero siempre enmarcado en la broma) para que se coloque en un lugar destacado (un bidé), y por otro lado, otro asistente del programa es escogido para sentarse junto a Sergio, miembro del equipo, que le pondrá un micrófono en la boca cuando quiera comentar algo.
En apenas dos semanas de emisión ya han pasado por su sofá un surfista ciego, estrellas del deporte femenino y unos profesores universitarios de antropología, casi como si su equipo directivo se hubiese leído (no creo) el punto j) de ese artículo 3: «apoyar la integración social de las minorías y atender a grupos sociales con necesidades específicas», así como el punto l) «promover el conocimiento de las artes, la ciencia, la historia y la cultura» en un programa en el que, por cierto, juega un gran papel la música en directo, de la mano de Grison y Castella (y ahora también Sergio al saxofón).
La Revuelta no intenta ser un programa educativo, pero lo consigue de manera completamente orgánica y natural, cuando se hacen sketches cómicos sobre las provincias o comunidades autónomas, y cuando se da voz a una generación joven a veces más concienciada en materias sociales que la anterior.
En resumen, teniendo en cuenta todos los elementos, considero que habría que hacer piruetas mentales para no ver en La Revuelta un éxito a todas luces, ya no solo por la audiencia conseguida, sino porque está muy claro que La 1 ha logrado su propósito: obtener un programa exitoso y ajustado a lo que debe ser la televisión pública, un tándem muy complicado. La Resistencia nunca encajó del todo en una televisión de pago (sus visualizaciones procedían sobre todo de la plataforma abierta YouTube).